Reconfiguración de la política
José Antonio Viera-Gallo Ex embajador y ex ministro de Estado
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José Antonio Viera-Gallo
En política nadie parece estar cómodo donde está, ni satisfecho con lo que ocurre. Estudiosos y columnistas coinciden en que el escenario de la deliberación pública emigró de las instituciones a los medios de comunicación y las redes sociales. Ha surgido una nueva ágora donde todos –o al menos diversas tribus de ciudadanos– pueden participar, dar su opinión, criticar y a veces proponer. En ese espacio todo sucede muy rápido, a ritmo de Twitter, lo que impide la argumentación y favorece la denuncia, cuando no el improperio anónimo.
Esto ha coincidido con un debilitamiento de las principales ideologías que se formaron a partir del Siglo de las Luces y que durante dos siglos organizaron la opinión pública, condicionaron las elecciones y se enfrentaron en los parlamentos. Había una correspondencia entre lucha social y contienda política, entre partidos y clases sociales, que se ha esfumado en la llamada sociedad de la información, la sociedad líquida, sin grandes relatos, donde aumentan el individualismo, la competencia y la inseguridad frente a los riesgos y las amenazas.
El siglo XX anticipó algunos de estos peligros dando origen a dos grandes movimientos totalitarios: el fascismo y el comunismo. H. Arendt ha estudiado sus raíces sociales y culturales. Kautsky ya entrado en años expuso las coincidencias de ambos fenómenos. Hoy, si bien asistimos a un resurgimiento de expresiones autoritarias y nacionalistas, lo que parece dominar el panorama es lo que Marcuse denominaba el mundo unidimensional que incluye la diversidad siempre que no se cuestionen sus bases. Esa fue la sociedad contra la que se rebeló la generación del 68 soñando lo imposible.
Por su parte el liberalismo político se debilita ante las duras exigencias del capitalismo global. Importantes autores intentan explicar su decadencia. En muchas latitudes el autoritarismo tiene hoy carta de presentación. Los ciudadanos parecen estar más interesados en la satisfacción de sus necesidades inmediatas que en el ejercicio de la libertad. Frente a la epidemia de corrupción y de escándalos, ante un mundo inseguro pero estable, se vuelcan a la esfera de su privacidad, desconfiando de lo público. Algunos manifiestan su crítica en la red, pero no parecen dispuestos a sumar esfuerzos para cambiar el escenario.
La sociedad chilena no está al margen de estos embates. Los políticos más valorados son los cercanos a los ciudadanos con una batería de propuestas simples. Parece ser el momento de los alcaldes. Nada sobre el rumbo de la sociedad. Silencio total sobre los desafíos de Chile para crecer y distribuir mejor, para fomentar la solidaridad y promover el empleo frente a la robótica y la revolución digital. Ni qué decir de política exterior, derechos humanos o cambio climático.
Los partidos políticos no encuentran su lugar en el nuevo escenario. Están ensimismados en sus disputas internas. El esquema derecha, centro e izquierda está desafiado por demandas identitarias transversales, como las de género y medio ambiente, y tensionado por el surgimiento de fuerzas polares en sus extremos, que esconden su debilidad política con la simplicidad del discurso. El sistema electoral proporcional sin ninguna corrección ha visibilizado esta dispersión. ¿Están en condiciones de renovarse los actuales partidos políticos o surgirán otros movimientos como en Francia? El tiempo dirá. Pero es una pregunta que no admite postergación.